HETEROFOBIA

Me siento discriminado. Por creer en la familia, el amor no reducido al sexo y el matrimonio entre un hombre y una mujer. Por esto, me califican de intolerante, retrógrado e ignorante, porque quiero para mis hijos un mundo en donde la familia siga siendo la base de la sociedad, donde la familia siga siendo igual a mamá, papá e hijos como fruto de una decisión de amor y compromiso.
La Real Academia Española debería acuñar el término “heterofobia”. Quienes defendemos la familia también nos sentimos agredidos y discriminados. Pero, a nosotros, los “derechos humanos” no nos asisten. Nuestros derechos pisoteados no son vistos como discriminación. Nadie atiende la “heterofobia”. Resulta que no estar de acuerdo con la unión legal entre homosexuales, automáticamente nos convierte en homofóbicos. Entonces, ¿quién, al final, es intolerante? Los movimientos gay buscan imponer, incluso por ley, lo que constantemente pregonan como su “opción” y “su derecho a elegir”. ¿Con qué lógica, entonces, “sus preferencias” deben ser ley sobre todos? 

“Los homosexuales no quieren casarse” –decía Jorge Scala– y coincido con él. En verdad, lo que se busca va más allá. Se busca alterar el orden social vigente, promover la cultura homosexual bajo la legitimación por ley del matrimonio gay. El objetivo es modificar las pautas morales de la sociedad. 

Legalizar el matrimonio homosexual no es “tolerarlos” simplemente. Aceptar por ley una nueva concepción del matrimonio implicará toda una reestructuración del sistema educativo para orientar el aprendizaje de los niños y la sociedad con los “nuevos conceptos” de matrimonio y familia.

Respeto absolutamente a los homosexuales, como respeto a cualquier persona. Pero aborrezco a la sociedad hipócrita y cobarde que no se anima a confrontar “la tendencia” por temor a ser recriminados. ¿Quién dijo que la tendencia es lo correcto? Al ingresar a una institución pública, quizá algún nuevo funcionario diga: “La tendencia es la corrupción”, ¿y acaso bajo ese argumento no sólo la “aprobaremos”, sino que “legalizaremos” la corrupción? La crisis de valores por la que atraviesa este tiempo no es razón para bajar la cabeza y dejar de nadar contra la corriente. 

Nos hemos convertido en una sociedad hedonista, egoísta, perezosa y cínica. Hedonista, porque importa sólo “mi deseo”, “mi placer”, “mi cuerpo”, “mi elección”, “su opción”, pero exigen que sea impuesta por ley. No se puede legislar la moral, por tanto menos la inmoralidad. Nadie puede ser declarado “honesto” por decreto, pero podemos seguir defendiendo la honestidad castigando la corrupción mediante las leyes.

Somos egoístas porque 'aceptamos' su homosexualidad para la exportación, no por abiertos ni modernos, sino para evitar ser “discriminados” por pensar diferente, para fingir ser liberales o sencillamente porque nos resulta más cómodo aceptar que “otros” vivan su sexualidad como deseen… mientras no nos afecte a nosotros. El problema es que sí nos afectará. Seremos responsables de heredar a nuestros hijos, sobrinos y a toda una generación, una sociedad en donde la ley ya no vele por los valores sino que se ciña al deseo de unos pocos. 

Nos hemos vuelto perezosos. Es más fácil decir ”ellos son así nomás luego” que abocarnos a buscar las raíces profundas que originaron en ellos la desviación del orden natural. Dicen que un alto porcentaje de los homosexuales sufrió durante su infancia o adolescencia algún tipo de abuso sexual y, en la mayoría de esos casos, el abuso fue propiciado por personas de su mismo sexo. Se estima que de cada 3 niños adoptados por matrimonios gay en el mundo, 2 sufren abusos por parte de alguno de sus “adoptantes”. Pero de eso nadie habla. Nadie ventila los traumas y heridas del pasado. Y lo que es peor, nadie se interesa en buscar cómo sanarlos. 

Somos cínicos. Nos mostramos absolutamente tolerantes con la homosexualidad y el lesbianismo hasta que se trate de un hijo nuestro. Hasta que llega nuestro varoncito y nos dice: “Papá, me gustan los hombres”. Allí, nos indigna. Y, en el peor de los casos nos confronta. Entonces, cobardes e irresponsables disfrazamos nuestro error de “tolerancia”. ¿Será que en verdad amamos a nuestros hijos por eso aceptamos “su diferencia”? ¿no existirá, allí escondido, un terrible sentimiento de culpa por no haber estado el tiempo suficiente con nuestros hijos para forjar en ellos su identidad y sexualidad? ¿Será que fui un padre ausente, violento, o una madre sumisa o posesiva y hoy, evadiendo mi responsabilidad, proclamo la “libertad de opción sexual? ¿Será que fue mi propio cónyuge, padrastro de mi hijo, quien abusó de él cuando niño, y hoy, convertido en homosexual, es menos engorroso “aceptarlo como es”? Qué egoísmo despiadado. 

La estrategia publicitaria utilizada por los movimientos gay no debe distraernos. La falsa victimización que alegan al presentarse como discriminados sólo sobrevive a un análisis superficial del caso. Son ellos quienes discriminan. No toleran la oposición a sus deseos. Manipulan la información. Y los medios les hacen el juego.

Con argumentos superficiales, hoy, los grandes defensores de los derechos humanos recorren el mundo, autoerigiéndose en la entelequia de la aceptación y la igualdad. TODAS las organizaciones defensoras de los derechos humanos no son más que agrupaciones de hombres y mujeres que buscan instalar en la sociedad los preceptos por ellos establecidos y que concuerdan con sus interese$ y que, por ser ellos “los defensores de los derechos humanos” deben ser aceptados por el resto de los mortales.

Una cosa es tolerar la homosexualidad como conducta privada, pero la ley que permite el matrimonio homosexual es el primer eslabón de la alteración del orden social. Para quienes quieren, mediocremente, reducir la discusión al aspecto religioso, creo que hacerlo no hace más que darles la venia para sus placeres. La propia Biblia establece el libre albedrío para el ser humano. Podemos hacer lo que queramos, bueno o malo. Dios mismo nos da la libertad para ello. En este sentido, el más liberal es él. Eso sí, sabemos, que de todo lo que hagamos, rendiremos cuentas. 

El debate sobre el matrimonio homosexual llegará al Paraguay más tarde o más temprano. No nos quedemos en los elementos periféricos de la discusión. Vayamos a lo profundo. No podemos tomar decisiones de este tipo a la ligera. No podemos evaluar la legalización de la unión entre personas del mismo sexo influenciados por lo que consideramos la “tendencia”. No debemos resignarnos a creer que la familia terminará muriendo, o mejor dicho, que la terminaremos matando. Luchemos por lo que creemos para construir ese mundo que queremos heredar a nuestros hijos. Definitivamente prefiero, sin titubeos, que algunos me señalen hoy por 'anticuada' antes que propiciar con mi silencio cómplice una sociedad que enseñe a mis hijos que ellos pueden 'elegir' su sexualidad con los trastornos de identidad que ello conlleva.

Señores parlamentarios, legislen con sabiduría y entendimiento advirtiendo la trascendencia de sus actos y decisiones. Señores comunicadores, no se reduzcan a tratar la homosexualidad desde los parámetros del raiting. Señores docentes, velen por una educación a favor de la vida. Señores padres, no se mantengan fuera del debate hoy, pues deberán dar cuenta ante sus propios hijos mañana. Asumamos todos la responsabilidad ante la historia de dictaminar a favor o en contra del quiebre moral y social de nuestro país. Mariana Pineda

Comentarios

  1. Todos aquellos que temen al "diferente" son personas que han perdido la capacidad de vivir en un mundo plurar, libre y abierto. Todo aquel que en nombre de Dios, la Familia y la decencia cree que el mundo será mejor, se olvida de que el mundo vivió muchisimos años sin Dios, sin la familia y sin la decencia cristiana. Saludos

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